La Veleta
Editorial Comares
Un mes antes de su muerte, y cuando acaso sólo la presagiaba él, le llevé a Valentín Zapatero, a la caseta de Trieste en la Feria del Retiro, el primero de los libros de La Veleta. Quería que supiera que sin el trabajo que habíamos hecho en Trieste, aquel libro no sería como era. Llevaba en conversaciones con Miguel Ángel del Arco, dueño de la editorial granadina Comares, donde se publicaba La Veleta, desde hacía un año. Durante todo este tiempo, más de veinte años después y con un catálogo considerable, él y su socio Mario Fernández Ayudarte, han sido las personas más generosas con que me haya tropezado, permitiendo que jamás me ocupara de ninguno de los mil pequeños y engorrosos problemas administrativos y logísticos que parasitan, y a menudo asfixian, las editoriales artesanales como la nuestra. Ellos, y desde hace unos años también Ana del Arco, me han dejado publicar cuanto he querido y de la forma que me ha parecido bien. Los autores y traductores no han sido menos generosos. La Veleta es hoy, y lo ha sido siempre, una editorial clandestina. Me gusta que sea así, quizá porque es lo que ha permitido que haya durado tanto. Se diría además que vivos y muertos, de primera fila o de segunda, estamos en ella de forma desinteresada alrededor de una idea común: el amor por la poesía y por la literatura. No quedaría completa esta nota sin mencionar a Alfonso Meléndez. Empezamos a trabajar juntos cuando La Veleta llevaba funcionando dos o tres años, pero ya no puedo imaginármela sin él y sin todas las horas que hemos pasado con los bocetos de las cubiertas o improvisando, como en una jam session de tipografía, “la eterna novedad del mundo”.
Si tuviera que resumir el propósito de La Veleta, la elección de los autores que figuran en su catálogo y el modo de editarlos, me gustaría que pudiera ser con estas palabras de J.R.J., bajo el epígrafe Biblioteca, puestas al frente de una conferencia que di en Granada, en 1981, al hilo de la exposición “Imprenta y Poesía”: “Ninguna edición de lujo, nada de príncipes, ni de ediciones de filólogos. Cada libro, sin notas, en la edición más clara y sencilla. La perfección formal del libro. El libro no es cosa de lujo… Eso para los que no leen. Material escelente, seriedad y sobriedad”.