Artes y oficios

(Trabajos recreativos)

Cuanto va aquí sólo es un juego. Travesuras más o menos en serio. Como otros hacen pajaritas de papel, yo he hecho estas cosas, a falta de un huerto donde orearme, casi siempre cuando estaba cansado de escribir. Las que me salen se parecen siempre mucho unas a otras, como flores de un caleidoscopio. Podría haberme pasado la vida dándole vueltas, y siempre me admirarían. Estas no tienen alma, pero sí, quizá, el espíritu de la época.

Desde niño me recuerdo haciendo a todas horas algo con las manos, espadas, barcos, pitos y flautas, tirachinas, maulas, lazos para cazar pájaros, jaulas de grillos y mil cosas más. Como si mis dedos no pudieran permanecer ociosos. De chico he aligerado la mayor parte de las clases a las que he asistido, y de adulto muchas de las conferencias y reuniones que me resultaban tediosas, haciendo dibujos en toda clase de papeles, en los márgenes de los libros de texto, en el reverso de los programas y catálogos o en los blancos de los periódicos. En los años que pasé en Valladolid dirigí la pequeña sala de exposiciones de una librería en la que expuse unos dibujos de una estilización relamida, y en otra, unas figuras extravagantes que eran de cintura para abajo rubensianas y de cintura para arriba esqueletos.

Tras el paso sin consecuencias por la abstracción lírica, siempre tan diplomática, a partir de los treinta años hice prácticas de tiro sobre diferentes ismos, convencido de que si Duchamp había podido pintarle bigotes a la Monalisa por diversión, no le importaría tampoco que yo se los pintara a él. Fue así como empecé a falsificar collages de Schwitters y de Juan Gris, cajas de Cornell, dibujos de Lorca, Torres García y un amplio repertorio de objetos surrealistas y dadaístas. Los he fabricado de todas clases y siempre sin ánimo de lucro, por pasar el rato y a veces con el propósito irreverente de desacatar cierta beatería contemporánea sin salirme nunca de los generosos márgenes del humor. En fin, nada que no hicieran los mismos vanguardistas, lo cual me hace pensar, y esta es la parte seria del asunto, que debajo de todo esto subyace una vaga nostalgia de los años paradisíacos de la vanguardia en los que perder el tiempo fue considerado una de las bellas artes, nostalgia del humor dadaísta y del romanticismo moderno de los surrealistas y también, claro, un violento amor a los papeles viejos y los objetos raros del pasado a los que quise proporcionar una segunda vida, más perdurable y feliz que la que tuvieron. Me envanece saber que algunos han pasado por auténticos y se codean ya con lo mejor de la sociedad artística de su época.

Lamento y cuánto que ni mi afición a la pintura ni mis habilidades me hayan permitido hacer algo genuino y verdadero, por modesto que hubiese sido. O copia de artistas verdaderos. Pero lo verdadero no es ni plagiable ni copiable ni falsificable. El alma la he puesto en lo que escribo, aunque aquí también veo yo la ilusión de volver al pasado de una manera recreativa, como otros quieren volar en sus pajaritas de papel.